Galsvinta y Chilperico

En esta miniatura de las Grandes crónicas de Francia Galsvinta es estrangulada por su esposo el rey de Neustria, Chilperico I. Un asesinato desencadenante de un duelo de reinas visigodas que a través de una interminable sucesión de venganzas, asesinatos, conjuras y traiciones sacudiría el occidente europeo durante décadas. Fuente: Wikimedia Commons.

Gosvinta fue la poderosa y femenina constante que determinó la política del reino visigodo durante casi cincuenta años: esposa de Atanagildo, probablemente participó en el alzamiento que elevó a este último al trono y que arrojó al reino a una terrible guerra civil en la que uno de los bandos, el de Atanagildo y Gosvinta, llamó en su auxilio a los romanos de Oriente que, claro está, se cobraron su ayuda.

Fuera como fuere, Gosvinta fue reina de Atanagildo y sus hijas, la desdichada Galsvinta y la aventurera e inflexible Brunequilda, fueron el mejor activo del trono visigodo, pues gracias a sus respectivos  casamientos con Chilperico de Neustria y Sigeberto de Austrasia, el reino visigodo logró desactivar, por unos decisivos años el peligro franco que, desde 486, venía atormentándolo. Reinas visigodas que marcaron una época.

Cuando en 567 Atanagildo coronó su otro gran éxito, morir en la cama, Gosvinta, sola y sin hijos de los que echar mano, quedó como única gobernante del reino durante cinco largos meses de interregno.

Sabemos que la reina tenía su propia facción “Factione Gosuinthae reginae” (Juan de Bíclaro a.D. 579,3)  que controlaba el Thesaurus, fuente de legitimidad y que su poder político era de tal magnitud que, cuando los godos de la Narbonense optaron por proclamar rey a Liuva I, este se vio obligado a pactar el casamiento de su hermano Leovigildo con Gosvinta y, contraviniendo la tradición, enviarlo a Toledo para desposarla. Esto último, que el novio viajara hasta la novia, suponía toda una declaración de fuerza por parte de Gosvinta y de reconocimiento de tal poder por parte de los hermanos y ahora reyes, Liuva y Leovigildo.

Gosvinta: grande entre reinas visigodas

La relación de dos personas tan dominantes, inteligentes, apasionadas y duras como lo eran Gosvinta y Leovigildo, no podía ser fácil.

Y no lo fue. Las alusiones de los cronistas e historiadores contemporáneos a la regia pareja apuntan a que, más allá del esplendor del trono y de la corte, en las sombras de palacio habitaron de continuo las conjuras, las zancadillas políticas y los crecientes, imparables y mutuos deseos de venganza. Así, Gosvinta no tendría empacho alguno en promover la rebelión de su hijastro, Hermenegildo, contra su padre y este último, Leovigildo, se la devolvería a su reina acordando el matrimonio de su otro hijo, Recaredo, con la hija de los asesinos de la hija de Gosvinta.

Sin embargo, la verdadera medida del poder y la habilidad políticas de Gosvinta nos la ofrece el hecho incuestionable de que sobrevivió a la rebelión de Hermenegildo y, también y lo que es más sobresaliente aún, al propio Leovigildo.

El gran rey no cejó sin embargo en su inquina subterránea contra Gosvinta y como prueba de ello y en 585, se carteaba con la peor enemiga de Gosvinta, la reina Fredegunda, a la que ofrecía oro y apoyo a cambio de que urdiera el asesinato de la hija de su todavía esposa, Gosvinta, la también reina Brunequilda y de su hijo, Childeberto, a la sazón y claro está, nieto de Gosvinta. Duelo de reinas visigodas.

Los lazos matrimoniales de Gosvinta y su familia. Desperta Ferro Ediciones ©

La carta de Leovigildo a Fredegunda decía: «Matad rápidamente a nuestros enemigos, —esto es, a Childeberto y Brunequilda— y haced con el rey Gontrán una paz que podéis comprar con muchos regalos. Y si acaso no tenéis dinero, nosotros os lo enviaremos en secreto con tal de que llevéis a cabo lo que pedimos”.

¿No es un buen ejemplo de concordia conyugal motivar y financiar el asesinato de la hija y del nieto de tu esposa, verdad? No, y es la evidencia más clara de que, hasta el final de sus días, Gosvinta y Leovigildo se odiaron con ahínco y trataron de hacerse la vida y el reinado lo más difícil posible.

Por cierto, el oro de Leovigildo, el que envió a Fredegunda de Neustria, fue usado por esta última para contratar a dos sicarios a los que proveyó de cuchillos envenenados y de drogas que debían de exacerbar su valor. Los asesinos, así provistos, lograron llegar hasta Brunequilda y su hijo Childeberto, pero en el último momento, fueron descubiertos, torturados e interrogados. Poniéndose de tal modo al descubierto la negra trama contra las reinas visigodas (Gregorio de Tours VIII. 28-29).

Así que, en mayo de 585, cuando la conjura arriba descrita fue descubierta y llegó a oídos de la reina Gosvinta, no tenía que estar muy contenta. ¿Cómo serían entonces las cenas en palacio? ¿Seguirían compartiendo lecho Gosvinta y Leovigildo? Los dos sabían que el otro, siempre el otro, tramaba, soñaba, laboraba por su destrucción y por la de sus respectivos hijos.

En aquellos días, Leovigildo tenía en sus manos el destino del trono de la Hispania visigoda. Sí, pero fue Gosvinta la que sobrevivió. ¿Qué satisfacción le produjo ver morir a Leovigildo? Tuvo que ser una muy grande. Sí, pero también una que contenía semilla de frustración: sin Leovigildo, Gosvinta, de nuevo viuda, no sería ya la gran reina.

O sí. De algún modo, uno que muestra su poder, obligó a Recaredo, hijo de Leovigildo, a reconocerla como “madre” y a darle de nuevo participación en la política del reino.

Pero no por mucho tiempo. Al cabo, en 589, aprovechando una fallida conjura de Gosvinta, siempre tramando la ruina del linaje de Leovigildo, Recaredo se deshizo al fin de ella (Juan de Bíclaro a. D 589,1).

Brunequilda, reina visigoda asesina de diez reyes

Pero quedaba su hija: la incomparable Brunequilda. Cantada por Venancio Fortunato como la más bella de las reinas visigodas, otro contemporáneo que también la conoció personalmente, Gregorio de Tours, la describió como “una  joven de grácil figura, bello rostro y agradables maneras” (Gregorio de Tours IV,27). Sin duda, Brunequilda tenía «buena prensa» y también una mala. Y de tal calibre que Fredegario la denominaría como «Asesina de diez reyes” (Fredegario IV,42).

Brunequilda tuvo una vida de cuento y un trágico final.

Enviada a Austrasia para que se casara con el formidable Sigeberto, un rey tan guerrero como salvaje, Brunequilda lo cautivó por completo y desde el primer momento ejercería sobre el gobierno de Austrasia un influjo notable que alentó el desarrollo y la prosperidad del reino y un notable renacimiento de su ambiente cultural.

reinas godas

Matrimonio de Sigeberto y Brunequilda, miniatura de un manuscrito de las Grandes Crónicas de Francia. Fuente: Wikimedia Commons.

Pero su influencia se evidenció en toda su magnitud cuando le llegaron las terribles noticias del asesinato de su hermana, Galsvinta. Galsvinta había sido casada con otro de los reyes merovingios de Francia, Chilperico. Un hombre tan notablemente malvado que un contemporáneo que lo conoció personalmente lo definió como “el Nerón y el Herodes de nuestra época” (Gregorio de Tours VI,46). De hecho, es posible que Chilperico superara a ambos, a Herodes y a Nerón.

Por lo pronto, cansado de Galsvinta, temeroso de que la niña, pues una niña de quince o dieciséis años era, se volviera, despechada, a Toledo y reclamara su dote, ordenó a un sicario que la asesinara en su propia cama. A continuación, sin pausa, se casó con su amante, Fredegunda, a la sazón la instigadora del crimen (Gregorio de Tours IV,28).

Cuando tales noticias llegaron a Brunequilda, estalló en cólera. Sí, y le dio curso: con el auxilio de su madre, puso en marcha una venganza que ensangrentaría Francia durante décadas y en la que no faltaron guerras, asesinos armados con cuchillos envenenados, monjes sicarios, batallas cruentas, ruina de ciudades, magia negra, traiciones, levantamientos nobiliarios… Todo para destruir a Chilperico y a Fredegunda.

Pero eso no era tarea fácil. Si Brunequilda logró convencer a su esposo, Sigeberto, de que moviera guerra contra su hermano Chilperico para vengar a la asesinada Galsvinta, Fredegunda fue muy capaz de urdir también conjuras, traiciones, asesinatos y engaños con los que ir socavando el poder de Brunequilda y al cabo, en 575, logró que sus asesinos dieran muerte al esposo de Brunequilda y que esta y sus hijos quedaran en sus manos y en las del terrible Chilperico (Gregorio de Tours IV, 47, IV,49-51,  V,1-3, V,5, V.13-15 y  VI,1-2).

¿Qué hizo Brunequilda? Lo que hace toda princesa de cuento que se precie: ser rescatada por un príncipe. Lo maravilloso es que, por una vez, el príncipe era real.

Y tanto que lo era. Su nombre era Meroveo y era hijo de Chilperico y de su primera esposa y como correspondía a una buena historia, odiaba a su malvada madrastra. Pero a veces, las «buenas historias» son ciertas y esta lo era hasta la tragedia: Fredegunda también odiaba a Meroveo, pues era un obstáculo en el camino de sus propios hijos al trono de Neustria.

Meroveo era muy consciente del odio que le tenía su madrastra y sabía que, antes o después, Fredegunda lo eliminaría y entonces se le pasó por la cabeza que una buena opción para asegurar su supervivencia era asegurarse un futuro lejos de Neustria. ¿Y qué mejor futuro que ser el nuevo regente de Austrasia? A mano, en Ruán, tenía a una guapa reina viuda y en Austrasia estaba el niño de cinco años de la citada reina. ¿Por qué no liberarla, casarse con ella y ser el regente de Austrasia? Era un buen plan. ¿Qué importaba que la viuda en cuestión fuera su tía? Poco. Así que Meroveo se puso en marcha en este triángulo de reinas visigodas.

Dicho y hecho. Meroveo liberó a Brunequilda y sucedió lo que tenía que pasar entre una reina viuda, joven y hermosa y un príncipe valiente y guapo: que se casaron.

Chilperico y, sobre todo, Fredegunda, no podían consentir tal cosa y se inició una nueva mano de conjuras, engaños, batallas, intentos de asesinato…. Nunca hubo tanto trabajo para los asesinos como en aquellos tumultuosos años. Pero, al final, Meroveo sucumbió a los sicarios enviados por su propio padre y por su terrible madrastra. Y Brunequilda quedó sola.

Sola, pero no desarmada. La reina, que era un rayo de oro, llegó a revestirse con la cota de mallas y a tomar la espada para mostrarse ante sus ejércitos e insuflarles valor (Gregorio de Tours V.2-4, V.14  yV.18. Liber Historiae Francorum 32-34). Una épica estampa poco habitual entre las reinas visigodas.

Sí, y sus ejércitos necesitaban ese valor. Pues los años no trajeron paz, sino guerras continuas en las que los reinos merovingios, Austrasia, Borgoña y Neustria, se enfrentaban de continuo y en las que, de continuo también, mudaban las alianzas, prosperaban las traiciones, se rompían los tratados, se sucedían invasiones, saqueos, batallas…. Y de todo ello participaba Brunequilda. Sí, ella y su madre, Gosvinta, fueron a menudo el centro de muchas de las maniobras políticas, diplomáticas y bélicas de aquellos años. Y en todas esas luchas, las ambiciones y el deseo de venganza de madre e hija condicionaban por completo la política del reino visigodo de Toledo y de los tres reinos francos.

Pero toda reina tiene un final y, tras décadas, literalmente, de enviarse asesinos mutuamente, el singular combate de reinas que Fredegunda y Brunequilda protagonizaran entre 568 y 597 terminó de forma inesperada con la decepcionante muerte natural de Fredegunda.

El óbito de Fredegunda debió de sentar fatal a Brunequilda. ¿Qué sentido tuvieron entonces tantos años de odio, venganza y desvelos? Brunequilda debió de lamentarse entonces sobre cuán injusta era la vida: te pasas treinta años enviando asesinos, lanzando maldiciones, tramando conjuras y tu enemiga mortal va y se muere tranquilamente en la cama y no retorciéndose de dolor, como Dios manda, bajo los efectos del veneno o de las puñaladas de los sicarios.

Pero la vida seguía y Brunequilda, a la sazón y de nuevo, era regente de Austrasia y Borgoña. Los años no pasaban en balde y ahora lo era en nombre de sus nietos y no de su infortunado hijo. Pero ya fuera madre o abuela, la reina seguía siendo una mujer temible y se mostraba implacable a la hora de ejecutar a cualquier noble que se le opusiera.

Privada de la satisfacción de la venganza, Brunequilda se concentró en sus otras pasiones: la ambición y la lucha política. No le faltó tarea. La reina no contaba con el apoyo de los nobles y estos, en concreto los de Austrasia, lograron que Teodoberto, el nieto mayor de Brunequilda, fuera proclamado mayor de edad con trece años y lo apartaron de la influencia de su abuela. Esta logró refugiarse en Borgoña y allí siguió gobernando como regente de su otro nieto, Teodorico, que adoraba a su abuela y se sometía a su consejo.

Peligroso consejo. La abuela, que no era de las de contar cuentos o hacer tartas de zanahoria, movió los hilos y desencadenó guerras fratricidas entre sus propios nietos y, como si con ello no bastara, también entre sus nietos y el reino de Neustria.

Al cabo, en 604, los nietos de Brunequilda, provisionalmente en buenas relaciones entre ellos y con el apoyo de su abuela, vencieron a Neustria. Pero Brunequilda aún no estaba saciada de poder. Pronto volvieron a estallar los conflictos entre sus nietos y alentó a Teodorico, su nieto favorito y rey de Borgoña, a marchar contra su hermano, Teodeberto de Austrasia. Unidos, abuela y nieto, derrotaron en 612 al infortunado Teodeberto que fue tonsurado y arrojado a un sombrío monasterio junto con su hijo, bisnieto de Brunequilda.

Ahora, Teoderico y su abuela, Brunequilda, eran los señores indiscutidos de Francia. En 613 el nieto destronado, Teodeberto, que seguía languideciendo tras los muros del monasterio en donde había sido encerrado, fue convenientemente asesinado junto con su hijo. Evidentemente, no había que ser especialmente avispado para deducir que Brunequilda estaba detrás de los terribles asesinatos. Reinas visigodas de afilados cuchillos.

Pero quiso la fortuna que ese mismo año de 612 muriera el nieto favorito de la terrible abuela Brunequilda, el “manejable” Teoderico, rey de Austrasia y Borgoña, y, como cabía esperar, una reluciente Brunequilda tomó el poder en nombre de su bisnieto Sigeberto, sucesor de Teoderico. Para ese entonces, la vieja reina rondaba los setenta años. Años que no habían calmado su sed de poder.

Pero esta vez no logró imponerse a la nobleza. De nuevo en guerra contra Neustria, Brunequilda condujo a su ejército a la batalla. Allí fue derrotada por mor de la traición de sus nobles que se pasaron al campo del rey de Neustria. Brunequilda y su bisnieto fueron capturados tras tratar de huir a los bosques de Germania en donde pensaban lograr el apoyo de los sajones y otras tribus paganas. Acusada de una miríada de asesinatos, Brunequilda fue condenada a sufrir «tres días de tormentos que no le causaran la muerte». Luego fue subida sobre un camello, animal que se tenía por infamante, y paseada para que el ejército de Clotario, rey de Neustria, se mofara de ella.

Clotario y Brunequilda

El brutal ajusticiamiento de Brunequilda, de De Casibus Virorum Illustrium, atribuido a Maître François, París, c. 1475. Fuente: Wikimedia Commons.

Mostrada impúdicamente desnuda sobre el viejo animal, ensangrentada y rota por tres días de torturas, la vieja reina visigoda fue conducida al cadalso en donde la esperaban cuatro caballos. A continuación, entre aclamaciones y general regocijo, ataron cada una de las extremidades de Brunequilda a cada uno de los caballos y los azotaron para que tiraran en direcciones contrarias desmembrando a la anciana (Fredegario IV,42).

Había sido reina y regente durante cuarenta y cinco años y la muchacha que a Gregorio de Tours le había parecido «una joven de grácil figura, bello rostro y agradables maneras» había terminado siendo descuartizada después de haber sido el terror de la Francia Merovingia y haberse ganado el galardón de ser la mujer más odiada de los tres reinos francos y una de las más temidas reinas visigodas.

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